El área de Inmigración del Ayuntamiento de València ha aprobado un nuevo plan inclusivo entre cuyas medidas se encuentra la “reubicación” de los manteros en espacios de la ciudad, lo que alerta de la posibilidad de crear mercadillos exclusivos de manteros.
Los vendedores ambulantes denuncian las políticas agresivas de la Unión Europea que los empuja a salir de sus países, y temen que las nuevas medidas sirvan para criminalizarlos: “En Barcelona, con las actuaciones de Ada Colau, los manteros están peor que antes”.
Activistas critican que desde el Estado no reconozcan sus derechos humanos, regularizando su situación, por la Ley de Extranjería, y que desde el Ayuntamiento no haya políticas de inclusión laboral para los inmigrantes: “Se puede estar desperdiciando un ingeniero en el top manta”.
“No me importaría si mañana me dicen que tengo que volverme a mi país. Una vez, un juez me dijo que me deportaría. Yo le dije, mirándole fijamente a los ojos: ‘Mírate a ti y mírame a mí. Me deportes o no, voy a seguir vivo’”.
Falu pregunta: “¿Por qué de repente ahora hay tanto interés con el tema de los manteros?”. Día sí y día también, la agenda pública valenciana habla de los manteros “pero sin los manteros”. Falu se muestra, al principio, desconfiado; teme que los medios tergiversen sus palabras, o muestren sin consentimiento su foto en la primera plana de mañana, como ya le ha sucedido antes. Como la mayoría de manteros en València, es senegalés.
A pesar de su falta de presencia en el ágora público, el mantero como sujeto político nació el 11 de agosto de 2015, a partir de la muerte del senegalés de 50 años Mor Sylla, cuando este saltó del tercer piso donde vivía al escuchar los gritos de “¡Policía!” de los Mossos en Salou. A partir de entonces, todo cambió. El colectivo empezó por primera vez a organizarse, y a unirse bajo la bandera del Sindicato Mantero.
València no tiene un sindicato mantero. Pero ya ha sido testigo de detenciones policiales, enfrentamientos, manifestaciones y protestas. Emerge el mantero como ciudadano, como sujeto político cuya propia existencia es percibida como ilegal.

“¿Por qué vienen en primer lugar?”. De pescadores a manteros
Thimbo Samb se ríe amargamente cuando oye la palabra “mafias”: “Los mafiosos son ellos. La Unión Europea”. Thimbo tiene 31 años, es actor, y, contrariamente a los estereotipos, está camino de convertirse en influencer, con más de 63.000 seguidores en Facebook y 23.000 en Instagram. Es activista por el cierre de los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) y en su canal de Youtube hace tanto sketches humorísticos como lúcidos manifiestos antirracistas.
Llegó hace 12 años, a Tenerife, después de cuatro intentos en patera, y estuvo 7 años sin documentos, durmiendo en la calle y en el río de València. Fue mantero 5 años, hasta 2012. En Tenerife, fue encerrado en un CIE durante 18 días, sin recibir las explicaciones de nadie. Llegó a València, donde vivía su primo, para trabajar en la naranja.
Thimbo era uno de los varios menores de edad que pasaron la “durísima” experiencia de alcanzar la costa española en un cayuco con 138 personas a bordo, en el año en que las imágenes desembarcos en patera abrían todos los telediarios. “Yo era pescador. Nosotros hemos sido obligados ha salir. Los europeos saquearon nuestros peces. A nosotros no nos gusta salir de nuestros países, y menos sufrir la humillación de vender en una manta. No nos gusta morir. ¿A vosotros sí?”, pregunta Thimbo.
“Creo que los mafiosos son los que saquean nuestros países día y noche, viendo a la gente morir en el mar Mediterráneo, y mientras, fortaleciendo las fronteras. Pero la inmigración no va a parar nunca, porque es un fenómeno muy antiguo. Pero la Unión Europea sabe cómo reducirla. Dejad de robarnos, y nosotros nos quedaremos en nuestra tierra”, es la tesis del ex vendedor ambulante.
Fátima, de 38 años, que además de haber sido mantera durante un año de copias de CD, llegó a España engañada para recoger fresas en Huelva, está de acuerdo con Thimbo: “La mayoría de los que venden en el top manta eran pescadores en Senegal. Los acuerdos con la Unión Europea permitieron que barcos industriales españoles, franceses, o de otros países, pescaran en un día lo que un senegalés pescaba en un mes”. Para Fátima, “nada es gratis”: “Es la globalización, lo que ha hecho Europa le afecta ahora”.
En opinión de Albert Mora, sociólogo de la Universitat de València, trabajador social, y activista por los derechos humanos, la conexión importante no es “si hay muchos o pocos manteros directamente creados por la pesca, sino si hay muchos o pocos, y sabemos que son muchos, migrantes que vienen en situación irregular creados directamente por el sistema de explotación capitalista”.
Mora explica cómo las relaciones comerciales entre Norte y Sur son “tremendamente desiguales” y la necesidad de hacer pedagogía de la violencia a los ciudadanos: “La idea de un mantero pegando a un policía que viene a requisarle la mercancía enseguida cala. Pero no lo hace la idea de la violencia endémica, estructural, profunda, sangrante, criminal, que tiene que ver con un sistema de expolio sistemático y de sustracción de expectativas de vida digna, institucionalmente sustraídas, porque son las instituciones, los países del Norte, y algunas instituciones del Sur, las que están haciendo que la gente tenga que emigrar”.
Thimbo sabe resumirlo: “No son sus muertos. Nosotros somos africanos, no les importamos. Lo que les importa de África son sus recursos”.
Cuando vender te convierte en objetivo
Falu entró a España desde Francia en el año 2005. Tras 13 años aquí, sigue siendo vendedor ambulante: “Cada vez que encuentro un nuevo trabajo, en agricultura, por ejemplo, en la naranja, en cualquier cosa, lo cojo sin pensar. Pero no siempre hay. El agrícola va por épocas”.
“¿Pero qué quieren que hagamos si no vendemos? No voy a robar, a vender drogas, a hacer cosas peores”, se lamenta Falu, asegurando que no quedan vías legales para sobrevivir en su situación. El problema legal de los productos vendidos en su mayoría en el top manta es que son falsificados. Pero según Fátima, casi todos los senegaleses que llegan a España han empezado por ahí, pero “si ahora tienen papeles, probablemente se dediquen a otra cosa”.
“Hoy en día no lo hago. Si quiero vender, solicito un puesto, y pago las tasas. No queremos ser ilegales. Queremos tener los papeles y poder pagar”, señala Fátima en referencia al viejo reproche de que no pagan impuestos.
“Imagínate que llegas a un país y lo primero que te dicen es que tienes que estar tres años empadronado para poder conseguir los papeles, y hasta entonces, no tendrás documentación, no tendrás ayudas y no podrás trabajar, porque nadie te podrá contratar. ¿Qué hago durante esos tres años?”, explica Thimbo.
Cuando llegó a València, Falu vivía en un piso con cuatro o cinco chicos más que salían todos los días a vender: “Necesitas pagar el alquiler y los gastos. ¿Te quedas en casa todo el día durmiendo? No. Los chicos te enseñan y poco a poco vas aprendiendo”.
Efectivamente, la ayuda mutua es imprescindible durante las primeras semanas, como explica Fátima: “Alguien te puede enseñar o prestar dinero. Pero después te tienes que espabilar”. Lo mismo cuenta Mauricio Pinto, activista del área de sensibilización y desarrollo de la asociación València Acull lamentándose por las muertes en las redadas policiales de Madrid o Barcelona de los que, al ver que les van a quitar la mercancía que, quizá tienen a crédito, hacen todo lo que sea por recuperarla. En València, donde nace la asociación en los años 90, aún no se han cobrado ninguna vida.
“Tú, por nacer aquí, por nacer español, tienes una serie de derechos y garantías, unas leyes que te protegen, una Constitución, unos derechos que las personas, cuando llegan aquí por primera vez, deberían tener”, asegura Mauricio. Unos derechos que no se materializan por la falta de documentación, que no solo imposibilita trabajar, sino también recibir ayudas.
Por esta razón, Thimbo se toma a risa los comentarios xenófobos y racistas de los que creen que reciben apoyo institucional: “Si un inmigrante cobra alguna ayuda, será porque está trabajando y aportando al Estado. Pero los manteros no podemos recibir ayudas, porque no tenemos papeles. Sin documentación, no tienes ayudas además de las que te dan ONGs como Cáritas o CEAR, como los pisos de seis meses que dan a refugiados. Pero los senegaleses no somos refugiados”.

Las fuerzas del orden
“Una vez, tuve muy mala suerte. Me pillaron los policías cuando ni siquiera estaba vendiendo. Fui al mercado a hablar con mis amigos. Un policía me pidió los papeles, y como no los tenía, me detuvo. Nunca antes había tenido problemas policiales. Pero esta vez, lo que ocurrió fue exagerado. El policía me ató y me tuvo desde las once de la mañana hasta las siete de la tarde pegándome una paliza. Apuntó con su pistola a mis genitales. Yo lo único que hacía era gritar que era un racista”, cuenta Falu, sin que le tiemble la voz.
Tras lo ocurrido, Falu lo denunció, pero su denuncia no llegó a ninguna parte. Tiempo después, fue él quien había sido denunciado por el propio policía, asegurando que Falu le había mordido. “Yo vi cómo él se había mordido a sí mismo”, declara. En el juicio, a Falu le asignaron un abogado de oficio “desastroso” que no movió un dedo por defenderle. “Me metieron en la cárcel varios días pero, afortunadamente, me soltaron”, sin explicaciones.
“No hay consenso policial”, reflexiona Mauricio, “es curioso, un domingo, no sé quién da la orden, si el jefe de policía, la concejala, o un comerciante llama, pero de repente son perseguidos. Luego pasa un año, y nadie les molesta. ¿Hay un protocolo? ¿Por qué a veces sí, y otras veces no, de qué depende? Si se persiguiera a toda regla, en todo el estado español, se imposibilitaría. Pero esto parece el juego del gato y el ratón”.
El sociólogo Albert Mora, cree más bien que se está persiguiendo o no en función de cómo se toma el pulso social la cuestión de los manteros. Niega que sirva de algo además de para generar ansiedad en “el actor más perjudicado, el mantero, con unas consecuencias nefastas para su salud psicológica en términos de autoestima, sensación de seguridad, etc.”.
Mora, que también trabaja con ONG, desde las que ve cómo lo más habitual es la violencia de policías que se extralimitan con los manteros, afirma también que un policía no tiene por qué ser racista o violento por ser policía. “Hay policías comprensivos con la situación de los manteros, y los hay que han recibido palizas de manteros aunque no es, por supuesto, lo habitual”. Mora aclara que “a veces, no siempre, la policía se limita a cumplir órdenes”. “El problema no son ellos, sino las normas que tenemos. Nos puede parecer ilegítimo que persigan a los manteros, pero la policía no puede decidir qué es legítimo o no, sino cumplir las normas, y a día de hoy, la venta de productos falsificados está prohibida”, dice el sociólogo de la Universitat de València.
Cómo combatir las falsificaciones y la “competencia desleal”
Albert Mora desmiente que la venta ambulante solo afecte a los grandes empresarios o a las grandes multinacionales: “Los pequeños comercios también se ven afectados. Puedes ser un pequeño empresario, honesto, que necesita de cada euro que entra para poder mantener a su familia, y que está en contra de la venta de productos falsificados. Y eso no tiene nada que ver con el racismo o con la incomprensión de la situación de los manteros”.
La patronal autonómica del comercio en la Comunitat Valenciana, Confecomerç, ha manifestado en repetidas ocasiones su posicionamiento contrario a todo tipo de venta ilegal. “Es un tema que no sólo afecta a València, por lo que hemos elevado nuestras inquietudes no sólo a nivel municipal y autonómico sino también al Ministerio, siendo efectivo nuestro requerimiento, dado que se ha constituido una Mesa contra el Intrusismo, que busca coordinar la actuación pública y privada para luchar contra la venta de falsificaciones y el conocido como top manta”, alegan desde la patronal.
Según las fuentes de Confecomerç CV, “el problema de la venta ilegal supone una pérdida de millones de euros al año, en ventas al comercio, así como de 40.131 empleos. Se pierden anualmente el 9,3% de las ventas directas. Las falsificaciones en España nos cuestan 133 euros por habitante. Según estudios sectoriales de la Oficina de la Unión Europea para la Propiedad Intelectual, en España las empresas de solo 13 sectores afectados por la venta de falsificaciones pierden cada año 7.659 millones de euros”.
Según la visión del ex vendedor ambulante Thimbo Samb, “siempre nos llevamos la culpa nosotros, cuando está muy claro que el problema se centra en nosotros pero nosotros no somos el problema. Nosotros no falsificamos los productos, sino que estos pasan por aeropuertos o puertos. ¿Qué pasa con las grandes empresas y los puntos logísticos que pasan la mercancía? Si quieren frenarlo todo, que empiecen desde el principio”.
Al mismo tiempo, Thimbo se solidariza con los comerciantes, pues sabe que el problema “no es ni nosotros ni las tiendas”, sino quienes fabrican y dejan entrar las mercancías, pero se muere de la risa cuando escucha hablar de “competencia”, igual que Falu: “Todo el mundo sabe a quién tiene que comprar si quiere productos de marca reales. Una vez estaba vendiendo en el mercado en el top manta, y una señora española me gritó que le estaba robando el trabajo a su hijo. Yo le respondí: ‘Pero, señora, ¿usted de verdad quiere que su hijo se dedique a esto?’. No me respondió. Nadie quiere que su hijo se dedique al top manta.
Thimbo también ha vivido en sus carnes experiencias como esta. Insiste en que no les gusta vender por la calle: “Para nosotros es una humillación poner una manta donde hay más de trescientas personas caminando, mientras la policía está detrás de nosotros, y en cualquier momento tenemos que coger la manta y salir corriendo delante de todo el mundo”.
“La solución solo es una”. Antes las personas que los papeles
Los manteros venden porque no les queda otra alternativa, según Thimbo: “El sistema te condena a estar tres años sin papeles. Después de tres años, tienes que entregar el certificado de que has recibido clases de castellano, de que tienes relaciones amistosas aquí, etc., lo que se llama arraigo”.
Tras el proceso, se les concede un permiso de residencia de un año, renovable, con el que ya se puede trabajar legalmente, o se les deniega. “Hay gente que lleva más de diez años aquí, que ha trabajado de todo aquí, que hasta ha tenido hijos aquí, y no tiene papeles. ¿Es eso normal?”, se pregunta Fátima.
“Evidentemente no es el trabajo de nuestra vida, pero al menos te puedes mantener así durante esos tres años, que se pueden alargar a más de diez, porque si te pilla la policía vendiendo ya tienes antecedentes y te deniegan la residencia”, relata Thimbo.
Los tres años que dicta la Ley de Extranjería son un limbo para los propios vendedores, pero también para los familiares que esperan dinero en su tierra de origen. Las alternativas a la manta incluyen la explotación laboral severa o ser víctima de trata de seres humanos.
La solución de Thimbo a la venta ambulante ilegal pasa por regularizar la situación de los inmigrantes: “¿Quieren que dejemos de vender por la calle? Dadnos papeles. Haremos todo lo posible para mantenerlos. Nos buscaremos la vida. Te aseguro que preguntarán, ¿dónde han ido todos los manteros?”.
En la misma línea que el actor y activista Thimbo Samb, para el sociólogo y trabajador social Albert Mora, “la solución solo es una. En España no puede haber gente viviendo que no tenga sus derechos básicos reconocidos y su existencia jurídica reconocida formalmente. Es decir, no puede haber gente sin papeles”.
La falta de regularización es “una llamada directa a la discriminación y al conflicto” por, entre otras muchas cosas, la falta de “un trabajo normalizado”. El portavoz de València Acull se muestra conforme: “Creo que se debería flexibilizar la obtención de los papeles, nos beneficiaríamos todos. Claro que como asociación , nosotros no juzgamos o cuestionamos, porque la gente viene detrás de un sueño, necesita comer, necesita sobrevivir, y espacios como la manta son los que les da la sociedad. El derecho al trabajo sería un elemento muy integrador”.
Para Mora, está muy claro que “el problema no es ni la policía ni los manteros ni los empresarios. El problema es la Ley de Extranjería. El problema son los gobernantes, que permiten que haya miles de personas en España viviendo en la sombra”. El sociólogo aboga por “la regularización sin condiciones”, aunque es consciente de que “un gobierno que hoy propusiera algo así, tendría que dimitir al día siguiente”.
“Un gobierno tan débil como el actual no podría llevar a cabo una regularización como la de 2005 a alrededor de 600.000 personas. La gente está preocupada de que si les damos papeles a los manteros, esto se va a llenar de los miles de subsaharianos que Pablo Casado dice que quieren venir a España. La gente se ha creído esto”, lamenta Mora.
“Nos conviene a todos. La gente está muy equivocada. Piensa que si un inmigrante está aquí sin papeles, eso impedirá que venga otro. La gente se mueve por expectativas, y no va a dejar de venir por no tener la documentación en regla”, añade el investigador. Como Mauricio, está seguro de que a nadie le afecta positivamente que la gente esté sin documentos. “Pero la gente está convencida de lo contrario. Esto no es un discurso amable, sino realista”, señala.

El Plan Municipal de Inmigración del Ayuntamiento de València ¿Qué margen tienen los ayuntamientos respecto a la política estatal?
El pasado 24 de octubre de 2018 fue aprobado en el pleno el Plan Municipal de Inmigración por el gobierno tripartito, Compromís, PSPV y València en Comú, con los votos en contra del PP y Ciudadanos. El plan habla de ubicar en un espacio concreto de la ciudad a estos vendedores ambulantes, pero no se especifica si la medida se traducirá en la creación de una cooperativa, una sociedad laboral, u otras fórmulas donde puedan organizarse, además de fomentar su “inclusión en los mercados extraordinarios de calle”.
Este permiso administrativo del Ayuntamiento podría llegar a ser una herramienta que ayude a las personas inmigrantes a acreditar arraigo en el proceso de obtención del permiso de residencia. Sin embargo, la situación administrativa de estas personas sigue dependiendo del gobierno central.
Una segunda medida incluida en el plan y que afecta al colectivo de manteros es el de “visibilizar a la inmigración en el Plan Estratégico de Empleo, Emprendimiento y Formación”, “generar recursos formativos profesionales indistintamente de la situación administrativa”, y “desarrollar políticas de empleo orientadas a combatir la fuerte sectorización laboral que afecta a los colectivos más precarizados”.
Para Falu, la segunda medida puede quizá ser más efectiva que la primera. Él no duda en elogiar las “buenas intenciones” de la concejala Neus Fábregas, pero insiste, sin embargo, en que le faltan bastantes más conversaciones con los manteros y reflexionar más acerca de la medida: “Creo que por querer hacer las cosas muy rápido, no les va a salir bien.”
“Nadie quiere ser mantero. No vendemos en una manta porque queramos. ¿Qué tipo de solución es reubicar a los manteros? Yo propongo educación, formación, y puestos de trabajo. Yo antes era mecánico y me gustaría dedicarme a eso. Todos salimos de Senegal sabiendo hacer algo”, propone Falu. El problema surgió cuando, al llegar aquí, ninguno de los títulos que tenía le servían. Tampoco eran válidos los que se sacó durante el período en que estuvo indocumentado.
En la misma línea se expresa Fátima: “Yo tengo mi bachillerato, y he hecho contabilidad. Si tienen otra cosa que hacer, los manteros no van a ser manteros. Lo que nosotros pedimos son puestos de trabajo, pagando como todo el mundo, sin vivir como parásitos. Pero no queremos un espacio solo para manteros, eso nos seguirá diferenciando”.
Fátima defiende que nadie va adrede a comprarle a un mantero, por lo que un mercadillo o un espacio exclusivo para manteros, como en Barcelona, no es una buena idea. Al igual que Thimbo, piensa que sería más efectivo regularizar a las personas, para que vender no sea ilegal.
Activistas como Mauricio Pinto también entienden la situación: “Esta no es su profesión, ellos no quieren dedicarse a esto toda la vida. El top manta es una situación pasajera a la que se han visto obligados y empujados para comer. Pero algunos están preparados, tienen estudios universitarios. Se puede estar desperdiciando un ingeniero en el top manta, que no se sabe si por ser negro, africano, extranjero, no te permiten por ley contratar”.
“El top manta es uno de esos fenómenos que reflejan las contradicciones del sistema económico. El racismo institucional que promulga ventajas y oportunidades para unos, y sumerge a otros en un submundo”, describen desde la asociación.
Como el resto de manteros, Thimbo se muestra escéptico ante las medidas, porque “ya están generando mucho odio”. El ex mantero está seguro de que si se aprueba la reubicación de los manteros y estos tienen permiso para vender legalmente, será en lugares de la ciudad aislados, donde apenas pase gente.
“Si estamos por el centro, es porque pasa mucha gente. Nos van a criminalizar más, porque nos acusarán de volver por el centro cuando ya tenemos espacios donde vender legalmente, pero es que serán espacios donde apenas se podrá ganar dinero”, reflexiona Thimbo,
El ex vendedor se muestra tajante: “El Ayuntamiento no va a conseguir lo que quiere. Ada Colau lo intentó en Barcelona, pero a día de hoy los manteros están peor. La brutalidad policial se ha incrementado. En Youtube solo hay peleas entre la policía y los manteros desde su llegada”.
Frente a las críticas de parte de los manteros, Mireia Biosca, la asesora de la concejala de Cooperación Internacional y Migración, Neus Fábregas, contesta que “el plan de migración fue fruto de un proceso de participación con entidades del sector” y “las medidas fueron propuestas por ellos mismos en varias reuniones” que han mantenido conjuntamente. Biosca defiende que son medidas posibles a estudiar, pero no las únicas. El proceso continúa, y hace referencia a la dificultad de encontrar “puntos comunes y soluciones reales” en las conversaciones con la diversidad de manteros valencianos, no unidos en un único colectivo como en Madrid o Barcelona.
“Estamos en un proceso primero de detectar cuántos manteros hay en la ciudad, en qué situación se encuentran a nivel administrativo y cuáles son sus oficios para, con esa información, y junto con ellos, ver opciones a futuro que obviamente no pasen todas por seguir trabajando de manteros”, es la postura del área de Inmigración del consistorio valenciano.
Para el investigador Albert Mora, sería necesario que los ayuntamientos presionaran para agilizar la obtención de documentos, llevara a cabo políticas de discriminación positiva, aumentaran las ayudas, y los recursos formativos de aprendizaje del español y de otras profesiones, que ayudaran a los migrantes una vez consiguieran una situación administrativa regular. “Ese sería el papel de los ayuntamientos, porque muchos, como el actual en València, quiere ir a un lado opuesto al del Estado”, sugiere, en referencia a la dificultad de regularización cuando la materia de extranjería es competencia estatal.
“Los municipios son muy importantes en materia de educación ciudadana, en hacer pedagogía para que deje de ser tabú la idea de dar papeles a la gente para que pueda vivir dignamente”, asegura el académico, que respecto a las medidas más polémicas del Plan de Inmigración, añade que “es difícil imaginar que los manteros solo vendan productos originales”. Para el ex mantero Thimbo Samb, también es “muy poco realista”.
Por su parte, el representante de València Acull también se pregunta qué otros productos podrían vender, que les reportaran beneficios, si los productos falsificados son de tan fácil acceso: “Algunos compran al por mayor, otros venden material que les fían… pero porque no tienen dinero, básicamente. Creo que si tuvieron una pequeña inversión de 2.000 o 3.000 euros, no los invertirían en productos del top manta. Es una venta de subsistencia. No sé si alguien ha sido exitoso trabajando en esto… aguantando el frío, la lluvia, el desprecio de las personas y la persecución policial”.
“¿Y por qué no te vuelves a tu país?”
Albert Mora también es consciente del enorme impacto psicosocial en este colectivo, por el desprecio sistemático de alguno de los ciudadanos: “Se ve en la calle, gente que se ríe de ellos, porque son vendedores ambulantes y los ve como escoria, o porque son negros y piensan que son inferiores, menos inteligentes, menos válidas, menos humanos”.
Ante la dura vida de penurias que los manteros y manteras pasan cuando llegan a España, la mayoría no tomarían la misma decisión si hubieran sabido lo que les esperaba. “Me arrepiento mucho de mi decisión. Pero ha sido mi destino. Eso es el pasado, no lo puedo cambiar, y estoy orgulloso de quién soy ahora. Pero en mi país tenía una vida mejor… si mañana me despertara en Senegal, bueno, al menos vería cabezas negras”, confirma Falu, con una sonrisa y sin ápice de duda.
Fátima insiste en que ella les ha dicho a sus conocidos en su país que no vale la pena venir, “pero la gente sigue creyendo que sí, por lo que se dice en las películas y en los medios de comunicación, y los jóvenes tienen sueños y ambiciones que quieren cumplir”.
Fátima también las tenía antes de venir: “Una vez aquí, ya es tarde. Me he arrepentido mucho. Pero no vuelvo a Senegal porque… es incluso más fácil venir que volver”. Fátima tenía 26 años cuando entró legalmente en España para trabajar en la recogida de fresa en Huelva: “Fui a España sin pensarlo, aprovechando la oportunidad, pero mi plan inicial no era quedarme. Sin duda, vivía mejor en mi país. Yo fui engañada, nunca antes había hecho trabajo agrícola. Las tareas eran muy duras, y ni siquiera nos habían contado qué era lo que teníamos que hacer”.
Relata su estancia en Huelva con horror: “Éramos muchas mujeres, jóvenes y mayores, unas quince en una casa, dormíamos en literas, hacíamos filas para ducharnos. Aunque inicialmente tenía que estar seis meses, me marché antes porque ya no lo podía soportar, y estuve tres años sin papeles”.
Aunque Fátima no pagó nada para venir a España, muchos de los inmigrantes sí que han pagado para venir aquí. Amigos y familiares han vendido propiedades para pagar su viaje, “por la esperanza que venden los medios de comunicación”, y si vuelven, lo hacen como fracasados. Para Fátima, la respuesta es simple: “No volvemos porque no tenemos con qué volver”.
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